Hace largo tiempo que aceptamos la enseñanza de la evolución de las formas en que mora la vida divina. Ahora tenemos la complementaria y mucho más alta idea de la evolución de la vida, que nos demuestra que la razón del admirable desenvolvimiento de formas cada vez más superiores es que la siempre creciente vida las necesita como instrumento de expresión.
Las formas nacen y mueren; las formas crecen, decaen y perecen; pero el espíritu se va desenvolviendo eternamente, anima las formas y progresa por medio de la experiencia en ellas adquirida; y cuando una forma ha prestado su servicio y está desgastada, la substituye otra mejor dispuesta a la expresión del espíritu.
Tras la evolucionante forma retoña siempre la Vida eterna, la Vida divina que penetra la naturaleza toda, la cual no es más que la multicolor envoltura construida por el mismo Dios.
Dios alienta y vive en la belleza de las flores, en la robustez del árbol, en la agilidad y gracia del animal, y en el corazón y el alma del hombre.
La voluntad de Dios es evolución, y por ello toda vida adelanta y asciende, y resulta la cosa más natural del mundo la existencia de hombres perfectos en el último extremo de esta línea de siempre creciente poder, sabiduría y amor.
C.W. Leadbeater
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